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¿Libertad? ¿Libertad? ¿Acaso yo podría elegir? ¿Elegiría esto? Ya reconocía aquel lugar. Estaba hace tanto ahí, que hasta incluso me parecía familiar. Me dio escalofrío. No sabía si por el pensamiento que acababa de tener o por el gemido de la otra habitación. Mi mente divagaba. Traba de encontrar la respuesta que ellos tanto ansiaban. Miré a la celda de enfrente, y aquel muchacho aún seguía inconsciente, quizás muerto, pero a nadie le importaba. Ya nada importaba. Hace dos días que lo habían traído y desde entonces seguía tirado como si nada. Como si fuera un perro o peor que eso. Lloré. O al menos eso fue lo que sentí. Mis mejillas estaban lejos de cualquier sensación o quizás mis ojos ya estaban cansados. ¿Lo volvería a hacer? ¿Había estado mal? ¿Pedí algo que no debí? No. Si. No. Si. Aquellos malditos se habían metido a mi cabeza y ya no sabía quién era. Solo tenía dieciséis o ¿diecisiete? El tiempo se esfumó como todos los otros presos al pasar los días. Lo que nunca se iba eran los gritos por la madrugada. O los gritos por la tarde, sin mencionar los gritos de la mañana. Creí que tenía libertad pero me la arrebataron. Pensé que aquella joven hacía las cosas bien. Pensé que mis derechos importaban pero aquella noche en la que me llevaron, supe que todo había sido en vano para mí. Pensé que haría un cambio para las próximas generaciones y por eso luché y luché. Las cicatrices de quemaduras de cigarrillos en mis piernas empezaban a picar por el calor y escuché que alguien venía por el pasillo. Mi estómago se contrajo. Él supo incluso antes que yo que significaba aquello. Venían por mí. Al parecer, mi turno había llegado.
Escrito por
Yazmín Moreno Ávila
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