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Escritura Joven
Aguantamos todo lo que pudimos. Es cierto sí que en algún momento algo que me angustió de la ciudad y sus magias inútiles fueron los afiches un poco despegados y descoloridos de obras de teatro o recitales que ya sucedieron. Pero ahora es diferente porque de una vez y para siempre debí entender que ya no había retroceso; de la muerte, de un primer amor, de la tintura negra, la guerra o aquellos eventos ya concretados. El precio de sentirse un idiota es que, generalmente, uno lo es. Y el otro día limpie el espejo de mi pieza a ver si encuentro otra cara que no sea la mía, la hermosa máscara cambió pero como siempre sigue siendo la única. Aunque ahora solo me interese saber cómo parar de sentirme mal cuando las cosas anduvieran jodidas, o sólo hallarme acostada en esta habitación chica de techo alto y paredes húmedas. De su propia esencia (o de mi propia esencia) un humo denso y bailable de cigarrillo, combinando con restos de pintura sana. “Que pocilga” -pienso. “Se parece bastante a mi”. Como si yo y todo fuésemos parte de la estructura, como si hubiésemos pertenecido ahí desde la eternidad.
Escrito por
Martina Apaza
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